Mis ovejas oyen Mi voz; Yo las conozco y Me siguen. Yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre que Me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano del Padre. Juan 10:27-29
Si has estado en un centro infantil, donde hay niños pequeños, notarás un comportamiento peculiar en los infantes. Es que, puede haber mucho ruido, muchas voces alrededor, pero cuando el bebé escucha una voz familiar, propia de su círculo íntimo, su cabeza se inclina, sus ojos se agrandan y sus pupilas se dilatan. Entre otras voces y ruidos, el niño ha identificado aquella voz, esa que es fácil de identificar porque la conoce muy bien.
Así funciona nuestro espíritu, nos ayuda a identificar la voz de nuestro Dios. Es el conector entre nuestra mente y cuerpo con el Espíritu del Señor. El espíritu que habita en nosotros nos recuerda que no andamos perdidos y solos, nos hace entender que pertenecemos al círculo íntimo del cielo. Ese espíritu nos brinda seguridad en nuestra salvación, nos hace saber que pertenecemos a Cristo. Pero también nos muestra la necesidad que tenemos de una relación con el Señor, nos recuerda que somos de Él, que estamos en Él y que Él está en nosotros, guiándonos por el camino de la santidad.
La capacidad que nos brinda el Espíritu Santo de identificar Su voz entre todas las demás voces, nos confirma que somos Suyos, que ya Él nos conoce y que hemos sido sellados para vida eterna a su lado.